sábado, 26 de noviembre de 2011

Pourquoi brûler les cerfs.

Suena a llantos agudos, a cuadros desgarrados, a lujo decadentista e irresistible. Llueve sangre indoeuropea sobre este aliento aburrido y contaminado, vuelan anfibios paseriformes que jamás aprendieron a aterrizar.Se despiden las golondrinas mojadas y salpica surrealismo el hemisferio norte de un cerebro a punto de explotar.
¿Notas cómo nos observan? Miles de ojos simiescos, viscosos, amarillos. Se mueven rápido y estornudan sus párpados hojas del azahar que se agotó en Granada. Míralos, ahí están, con sus máscaras venecianas de plumas de barro, con sus ideales rotos y sus dedos famélicos y nerviosos, arrancándose las uñas con la boca para esculpirlas en el océano atlántico. Repugnantes, fulgurantes, irresistibles... más reales que la velocidad de las palabras y la estupidez de las estrellas.
Ya puedes escuchar sus cacharros y más cacharros a rebosar de psicología inversa y personalidad a fuego lento. Ellos robaron las tijeras oxidadas del cajón de las medicinas, se drogaron con la superficialidad del mundo y ahora nos atacan con la agresividad de las avispas africanas que decidimos guardar en formol. ¿No los oyes? ¿No lo notas? Ahí vienen sus lenguas huesudas, sus entrañas podridas, su música obscena y arquitrabada. Nos chillan, nos insultan, nos agarran con sus manos pegajosas de orín y chocolate, y yo solo quiero que mueran, que se cayen, que dejen de atormentar lo atormentado y vuelvan al infierno de los sueños rotos y los poetas fracasados.
Son esos seres esquizoides y desquiciados los que te agarran por la noche de los tobillos, los que jamás dejan de contarte la guerra de Troya, los que no paran de repetir palabras como electroencefalográfico o esternocleidomastoideo. Vienen con sus jerséis de cuello alto y sus tijeras oxidadas, dispuestos a cortarte las venas mientras en el tocadiscos suena ese concierto que Bach escribió para los órganos de las catedrales. Y si no hacemos nada por impedirlo, arrancarán el hígado a nuestros ancestros, inundarán nuestra mente de ideas radicales y calcinarán el alma de los ciervos albinos que emborrachamos de gloria y sabiduría.


De repente todos están rabiosos, de repente todos quieren ser especiales. Al principio nos odiaban por ser diferentes, ahora lo hacen por esa envidia que de vez en cuando escupe la mediocridad. Y nos atacan como si sorbiendo nuestra esencia fueran a escapar de la absurda banalidad que siempre constituyó sus vidas, de la repugnancia de los fetos que nunca aprendieron a llorar y de la sonrisa de la muerte que les promete el olvido y les jura una falsa y maquillada equidad. 

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