viernes, 8 de julio de 2011

Scepticisme cassés.

No creo en Dios. No creo en el Alma. No creo en la Magia. No creo en Fantasmas. No creo en Dragones. No creo en la Sociedad. No creo en el Horoscopo. No creo en el Matrimonio. No creo en la Suerte.
Pero el escepticismo que caracteriza mi ser, ese escudo de racionalidad que me vuelve invulnerable ante lo inexplicable de la vida, ve quebrarse su delicada osamenta por algo en lo que sí he creido desde que tengo memoria, o más bien por algo en lo que me he empeñado en creer.
Amor, se escribe sin H y en letras mayúsculas. Veneno de Eros, alquitrán almidonado, hermosa rosa cubierta de espinas. Dícese de aquel virus que se transmite por los besos y que crea una absurda dependencia con la persona cuyos labios hacen germinar en nosotros las alas que ivernan en nuestra espalda. Luz y Sombra. Calma y tempestad. Sentimiento humano que hace que el individuo desarrolle alas y eche a volar en la inmensidad del cosmos.
Este príncipe debe tener aun mucho Disney entre sus venas, y parece no querer cambiar de opinión con respecto al amor. Ha sufrido, ha peleado y ha perdido en más de una ocasión. Ha hecho sufrir, ha desistido y se ha rendido en alguna otra. Pero aun sigue soñando con un final a lo Romeo y Julieta, en el que el amor sigue siendo lo más poderoso del ser humano y en lo único en lo que merece la pena creer.
Dejo de remar en el río de la vida. Que sea el agua quien me lleve hasta aquella persona que pueda ver algo en mí por lo que creer en el amor. Alargaré entonces la mano y juraré proteger a aquel ser que el tiempo juró regalarme, sea princesa, musa o diosa de la muerte.



 No te conozco, pero ya te quiero.

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