viernes, 26 de abril de 2013

Vals.

Que nadie me despierte.

Dejad que siga soñando con esta utopía color primavera que sabe a droga y a seda. Dejad que me inunde este mundo a lo Disney que siempre, siempre, tuvo un guiño a Tim Burton, y sepulte mi feliz cadáver en algún punto del océano pacífico. Ese donde murieron soldados y gaviotas y donde ahora crecen flores, alimentándose de las cartas que no se enviaron y el oxígeno que también deben respirar las sirenas.

No seré el caballero de la soledad marchita, no hoy. Seré el insecto que vino embriagado por el perfume de las flores de color violeta y se quedó atrapado en una telaraña que los seres humanos llamáis sonrisa. Una telaraña blanca y atrayente, más dulce que la ambrosía que devoran los dioses en los infiernos, y que quema el espino que crece en torno a los corazones rotos, como lo hace en los cuentos de hadas donde resulta que es el príncipe el que debe rescatar a la princesa.

No me arranquen este universo modernista que ha quedado tatuado en cada uno de mis tejidos y recorre ahora mis venas cabalgando en todos y cada uno de mis desbocados glóbulos rojos. Algo ha roto el implacable racionalismo, el trastorno esquizoide y la coraza de cerámica donde guardaba unos sentimientos cocidos a fuego lento y a punto de estallar. Y por fin me he encontrado perdido.

Un vals de Tchaikovsky sirve de banda sonora para un sentimiento que crece conforme pasan los días, las horas y los minutos. Ya no hay alternativa. Exijo un coma inducido por voluntad propia, para que nada me impida tumbarme en la hierba humedecida para mirar las estrellas y sonreír.

¿Y sonreír por qué?

Por la vida, que de repente es, a la vez, la indómita e independiente flor del desierto, el ángel frágil con ojos grandes que muere en alguna tragedia de Hugo, la dureza de las estepas alemanas y la inocente suavidad de los viñedos californianos. Que es a la vez cerebro y corazón, cuerpo y alma, frío y calor, calma y tempestad.

Que nadie me despierte. Que no se acabe el vals. El mundo se me antoja demasiado cruel para que me roben la primavera y todavía quedan dos paradas para llegar a Chamartín. Y ya no quiero estar solo.



-¿Por qué ese cambio de parecer?
-Es más un cambio del corazón.



viernes, 19 de abril de 2013

Le romantique.

Hace 189 años, el 19 de abril, el mundo observó el último de tus suspiros.
Hace 20 años, el 19 de abril, el mundo observó el primero de los míos.

Poeta, enamorado, ácido, dulce, galante, desamparado. El que luchaba por las causas perdidas, el Lord de las minorías y el romántico entre los románticos. La belleza contra la muerte, la muerte contra el amor y el amor (siempre, siempre, siempre) contra la sociedad.

El que defendía a las colonias de España, a España de Napoleón y a Grecia, su querida y amada Grecia, de absolutamente todo. El Don Juan inglés que se transformó en burlador de Sevilla y en Casanova de Venecia, el que convirtió sus defectos en armas y su frustración en poesía, en versos que acarician tus labios como lo hace el azúcar de la miel o un beso bajo las estrellas de abril. Y es que no siempre llueve en abril.

El que jugaba con los contrastes y ensalzaba la oscuridad de la muerte para que brillara más la pasión de la vida. Consideraba el mundo suyo y no creía en las fronteras, en las mayorías o en las reglas para sensaciones tan espectaculares como el amor. Era tan único, que merece ser idealizado, incluso por mi persona.

Y es que no hay mayor honor que el que el 19 de abril me una a él como me une.




For the sword outwears its sheath,
And the soul wears out the breast,
And the hearth must pause to breathe,
And love itself have rest.

                                                           Lord Byron


martes, 9 de abril de 2013

Fleur du désert.

Hay lugares antiguos, ancestrales, donde los tambores que murieron hace siglos siguen sonando como alegres fantasmas que nos recuerdan aquello que de salvaje y de libre tuvo y tiene la vida. El ritmo bombea el aire y se compenetra con el palpitar de nuestras venas, equiparando nuestros frágiles corazones con el del Dios caballo, ese que debe de habitar en algún lugar de las praderas de más allá del océano y que nunca, nunca, deja de respirar para tomar aliento.

El sol tuesta las rocas, la carne de los hombres y los granos de café, moldeando un desierto de arena y suspiros que dan a luz  limpias y perfectas dunas que apestan a seco y a suave. Las víboras y los escorpiones se alimentan de esa luz radiante e incansable que crea ondulaciones en el paisaje y espejismos en el alma. La muerte aguarda en cualquier lugar de esa planicie que parece no tener ni fin, ni ningún interés por finalizar. Y en mitad de las rocas, las calaveras y los espinos, crece una flor; bella, desafiante y totalmente fuera de lugar.

Flor del desierto, capricho del destino. El viento quizá asesinara tu semilla transportándola lejos de los prados y los acuíferos, y tú, te empeñaras en sobrevivir. Quizá seas la enemiga del viento.
Quizá un frágil brote, alimentado por el sol y la sangre de la arena, lograra reunir la fuerza necesaria para empeñarse en ver las estrellar y llevar la contraria al viento. Quizá tus espinas se hicieran más fuertes, quizá tu tallo se volvió flexible y quizá tus pétalos se volvieran hermosos para destacar en mitad del marrón y la muerte del desierto.

Un halcón, puede que herido de un ala, puede que cansado de la vida, llevó a morir su corazón al desierto y descubrió aquella flor, bella y solitaria, plantándole cara al mundo y con una sonrisa tan bella y un perfume tan fresco, que le atrevesó el corazón como atraviesan las lanzas al sol en esas batallas que se producen por algo tan lejano como es el mundo.

El halcón vivía rodeado de flores y no podía entender como aquella otra, aquella del perfume violeta y los pétalos de sangre, podía estar allí, sola, ignorada por el mundo. No se atrevía a acercarse, temía sus potentes espinas, temía el rechazo hacia un halcón herido y tan loco como para enamorarse de una flor del desierto.




"La flor que crece en la adversidad será bella, la más hermosa de todas".