martes, 21 de junio de 2011

Muses de l'air.

Solo somos materia, materia transportada por el viento. Él nos conduce por el mundo, nos alimenta de deseos y luego nos los arrebata de forma delicada y contundente. Una daga de aire, sutil y silenciosa, que penetra en el cuerpo y te roba la sangre, igual que se roban determinados besos.
La musa era aire, aire moldeado por el viento en una figura femenina de inexplicable atractivo. Una nariz afilada, cual ensenada de tierra en el mar de sus miradas. Un cabello puro de ramas de esparto. Un deseo que el viento se llevó igual que trajo.
¡Qué se queme Chicago y alimente el incendio el ron de contrabando! ¡Qué ardan también los laureles en los que se convirtieron las musas olvidas! ¡Qué me preparen un globo con el que viajar a los confines del mundo! ¡Qué vuelva Soledad y que se vaya Esperanza con sus crueles mentiras!
Y a pesar de todo, el mundo seguirá girando, y volverá a llenarse de palomas de asfalto, primeros besos, musas de aire y lesbianas que hablan francés en las buhardillas. Seguirá saliendo el sol y seguirá ocultándose, aunque en algunos casos la noche siga siendo eterna.
Y  yo acabaré por levantarme, salir a la calle y respirar el viento estival con rebeldía. Me tumbaré en el cesped, leeré tragedias de Shackepeare para acostumbrarme a la vida y a sus finales no tan felices, preocupándome sólo de cuantas nubes tienen forma de primate o de como de fría estará el agua de la piscina.
Puede, incluso, que consiga arrancar la madera de esta infortunada flecha de Cupido, pero la punta metálica de la saeta continuará incendiando mi corazón y despertando estas pesadillas surrealistas con las que os aburro en cada entrada.




A veces esas musas que se volatilizan en el viento, se pasan por burdeles como el de las letras ciegas, movidas quién sabe si por la curiosidad o por la entropía. Es por ello por lo que se las puede transmitir inquietudes tales como la de "no sé si encontrareis un artista que os quiera y os necesite tanto como yo".






sábado, 18 de junio de 2011

Bouteille.

Coja una botella. Da igual si es de agua, de vino, de aceite... pero  preferiblemente que sea de vidrio o de cristal. Colóquesela en la boca y grite todo aquello que le oprime. Hable de su frustración en su entorno, en su familia, en sus estudios, en el amor... Respire de vez en cuando, pero no deje que se le escapen las palabras.
Desahóguese, suelte todo por lo que sufre en esa puta botella.
Suplíquela, insúltela y haga que sus lágrimas la bañen por completo.
Intente recomponer su orgullo herido, todos sabemos que nadie como usted es tan orgulloso y que, por lo tanto, sufre más con cada prejuicio, con cada impedimento, con cada barrera que se interpone en su camino.
Dígala todo eso a la botella, dígala que somos seres superficiales y que lejos quedó ya la utopía infantil de que la belleza está en el interior.
Coméntela como no entiende que le puedan pasar cosas malas a la gente buena, y que Dios, el karma y el destino son una absoluta gilipollez.
Grite entre las cristalinas paredes de la botella, que el mundo es un lugar injusto y salvaje, que todo depende de la suerte y que la vida cada vez tiene menos sentido.
Confiésele que ha dejado de creer en todo, que el deseo no es tal si nunca hay una mínima posibilidad de que se cumpla, que la esperanza solo complica las cosas, que la razón es debil, el amor superficial, y  el valor solo para aquellos que no tienen nada que perder.


Cuando haya terminado, cierre la botella con un tapón de corcho, colóquese en un lugar elevado, tire la botella al vacío y contamine aún más el medio ambiente con los trozos de vidrio y con sus pensamientos podridos. Quizá sobre algo de cristal para sus venas.
 
 

miércoles, 15 de junio de 2011

Arts.

Cuando mis ojos se abrieron los jeroglificos nublaron mi vista y Egipto olía a polvo y a muerte. Decidí huir y me refugié en los mármoles del partenón, para abrazar el oro y el marfil de la sabiduría y viajar a Roma en las alas de la Victoria de Samotracia. Contemplé la destrucción de un imperio desde el Coliseo y la expansión del dios de los cristianos en el Circo Máximo. Lloré la pérdida desde Santa Sofía de Constantinopla mas me sequé las lagrimas en la mezquita de Córdoba y en los porticos apocalípticos cristianos.
Respiré por fin en Milán el aroma a piedra del gótico, recordando, nostálgico, el tañir de las campanas de Notre Dame. Y ví llegar de nuevo a mi Grecia y a mi Roma en la Italia del renacimento, mas lo hice siempre oculto en alguna iglesia florentina, en la capilla sixtina, en la sonrisa de la Gioconda o en la inquietante mirada del David.
Viajé al Barroco con las almas del Greco, y Bernini me transformó en Laurel. Bailé en Versalles el compás de los claroscuros de Caravaggio. Respiré en Madrid las atmosfera de las Meninas.
Inauguré con mi presencia el museo del Prado, probé el sabor de la libertad en los fusilamientos del tres de mayo e incluso creo que fuí devorado por Saturno ante la atenta mirada de Goya. Escuché el sonido del viento peinar el duro metal de la Torre Eiffel y palpé la carne flácida y modernista de la Sagrada Familia.
La luz del impresionismo cambió mi perspectiva del mundo, mientras una parte de mí moría entre la locura, la oreja y los girasoles de Van Goht, para ser resucitada finalmente en un beso de mármol de Rodín.
Geometricé el dolor con el Guernica y lo expulsé con un grito expresionista desde algún puente de Oslo. Y solo cuando los relojes comenzaron a deshacerse entre elefantes y cisnes, y todo a mi alrededor se resumió en una lata de sopa, solo entonces me dí cuenta de que todo era un sueño y fue necesario soñarlo para despertarme. Yo era el arte y creo que todos lo somos cada vez que lo admiramos.


"A un hombre le podemos perdonar que haga algo inútil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente. Todo arte es perfectamente inútil." Oscar Wilde.

 

jueves, 9 de junio de 2011

Infinitif.

Cuadros torcidos, cucharas sucias y diccionarios con la Z en la B y la O en la J. Transtorno obsesivo compulsivo, libros ordenados por tamaños, apuntes combustionados en la papelera y un color verde pero no demasiado chillón. Manías. Morder el lápiz hasta que esa simetría que tanto amas se vuelva una leyenda. No mirar a nadie a los ojos excepto a ella. Mirar al suelo. Dormir siempre vuelto hacia el lado izquierdo. Votar siempre al lado izquierdo. Colocar el cuchillo siempre en el lado derecho. Ducharte ocho veces al día con la bana intención de que el agua te cure las heridas. Pero el agua no atraviesa la piel.
Hacer como que escuchas. Ser egocéntrico. Gustar de ser solitario y ser incapaz de estar solo. Preferir la tormenta al sol, mi mundo al vuestro, la realidad a la utopía.
Amar y olvidar, olvidar y seguir amando, y olvidarte de amar de vez en cuando.
Odiar el zumbido de las moscas, las lentejas y el ruido de la impresora. Soñar y apuntar tus sueños como si a alguien le importasen. Mirar a las personas mientras duermen y asegurarte de que siguen respirando. Llorar y no derramar una sola lágrima. Lamer la sangre de la heridas, y que te sepa a hierro y que te guste. Escribir en lugar de escupir.
Envolverte en una oscuridad sobreprotectora, sonreir con descaro al universo, pensar continuamente que todo irá a mejor, sentir el viento en la cara y experimentar una felicidad falaz y pasajera. Beber hasta que se te calen los huesos, pensar en tí aunque tú no lo hagas en mí y saltar por los aires en mil y un cachitos.
Utilizar el infinitivo para hablar de alguien a quien conozco desde el mismo día en que nací, para tejer otra de esas odas egocentristas que tanto gustan en este mundo en el que cada cual vive encerrado en su propia pompa de jabón. Y qué mejor que el infinitivo para referirte al infinito.


Así soy y así seguiré. Me amo y me odio más que a cualquier otro ser del universo, y estoy encantado de conocerte.

viernes, 3 de junio de 2011

La musique.

Era un baile frenético e irreseistible. Los pies de ella se movían con una dulce soltura gitana, y las manos de él cambiaban continuamente la canción del tocadiscos, como si cada vez que pulsara sus botones se deslizara una nota.
Ninguno de los dos parecía darse cuenta de que el tocadiscos estaba roto, de que no había más música que el eco distante de las gaviotas y de que el gran salón de baile no era más que un vertedero.
Allí estaban los dos gitanillos, hermanos de madre y de parte del padre. Con los ojos aceituna y las pieles nacaradas por la llama del brasero. Salvajes e inquietos, compartiendo una extraña conexión musical que solo los niños son capaces de sentir. No existía el mundo a su alrededor, para la niña los silencios eran compases, y para el niño el tocadiscos su instrumento.


Me dieron envidia. Quizá fueran las únicas personas del mundo que no habían perdido la esencia de la música, ese sentir como la aguja del tocadiscos desgarra tus venas e inyecta la música en tu cuerpo, derramandoo arpegios por tu sangre y llenándote de corcheas el corazón.