jueves, 9 de junio de 2011

Infinitif.

Cuadros torcidos, cucharas sucias y diccionarios con la Z en la B y la O en la J. Transtorno obsesivo compulsivo, libros ordenados por tamaños, apuntes combustionados en la papelera y un color verde pero no demasiado chillón. Manías. Morder el lápiz hasta que esa simetría que tanto amas se vuelva una leyenda. No mirar a nadie a los ojos excepto a ella. Mirar al suelo. Dormir siempre vuelto hacia el lado izquierdo. Votar siempre al lado izquierdo. Colocar el cuchillo siempre en el lado derecho. Ducharte ocho veces al día con la bana intención de que el agua te cure las heridas. Pero el agua no atraviesa la piel.
Hacer como que escuchas. Ser egocéntrico. Gustar de ser solitario y ser incapaz de estar solo. Preferir la tormenta al sol, mi mundo al vuestro, la realidad a la utopía.
Amar y olvidar, olvidar y seguir amando, y olvidarte de amar de vez en cuando.
Odiar el zumbido de las moscas, las lentejas y el ruido de la impresora. Soñar y apuntar tus sueños como si a alguien le importasen. Mirar a las personas mientras duermen y asegurarte de que siguen respirando. Llorar y no derramar una sola lágrima. Lamer la sangre de la heridas, y que te sepa a hierro y que te guste. Escribir en lugar de escupir.
Envolverte en una oscuridad sobreprotectora, sonreir con descaro al universo, pensar continuamente que todo irá a mejor, sentir el viento en la cara y experimentar una felicidad falaz y pasajera. Beber hasta que se te calen los huesos, pensar en tí aunque tú no lo hagas en mí y saltar por los aires en mil y un cachitos.
Utilizar el infinitivo para hablar de alguien a quien conozco desde el mismo día en que nací, para tejer otra de esas odas egocentristas que tanto gustan en este mundo en el que cada cual vive encerrado en su propia pompa de jabón. Y qué mejor que el infinitivo para referirte al infinito.


Así soy y así seguiré. Me amo y me odio más que a cualquier otro ser del universo, y estoy encantado de conocerte.

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