viernes, 31 de mayo de 2013

Madrid.

Pongamos que hablo de Madrid, como decía Sabina en una de esas canciones que te revuelven el alma y te ponen la piel de gallina. "Pongamos que hablo" porque la duda siempre es más poética, y "de Madrid" porque no hay un lugar igual en el mundo. Y es que, sin ser ni mejor ni peor, los dioses quisieron que fuera diferente. Y lo amo.

Digamos que me despido, intuyamos que una parte de mi vida se la llevó un Ford S Max color plateado, alejándome de esta ciudad maldita que es cafeína en las venas y adicción en el corazón. Esta ciudad que no duerme porque es por la noche cuando más hermosa se pone. Es presumida, y le gusta mirarse y quererse, a la luz de la luna y de alguna estrella rebelde que se escapa de aquello que los mortales llamamos contaminación lumínica y que no deja de ser inevitable porque Madrid es luz. Es luz en la noche de Gran Vía y es luz en las mañanas de aquella Plaza del Sol que un día quiso que sus rayos iluminaran un mundo a partir de un nuevo amanecer.

Este año, la he vivido, la he sentido y la he querido. Y la quiero porque sabe a la cultura que hoy en día parece tan inútil en relación al Dios Mercado que rige nuestro destino y a ese ente abstracto e incontrolable, compuesto de demonios políticos y económicos que decidimos llamar crisis y que nos desangra solo para borrar los sueños del futuro. Y Madrid es todo. Es Crisis y es Cultura, es Miedo y es Valentía, es Trabajo y es Vida. Él también es un ente dinámico compuesto por demonios, pero un poco más imperfectos y algo menos malvados. Como ese Ángel caído del Retiro que parece tan hermoso y desgraciado como la ciudad.

Y es que Madrid es precisamente el Demonio, o mejor incluso, Lucifer, por aquello que dijimos antes de que era luz en la noche y tinieblas en la madrugada. Es el Diablo por su rebeldía latente, por su maldad edulcorada y por su crueldad deliciosa. Satán es su símbolo por excelencia: un ángel demasiado impresionante para supeditarse a Dios, una luz que brilla con luz propia y sabe cual es su lugar en el mundo.

Es el Madrid del 2 de Mayo, el de Goya, el de Cervantes, el del NO PASARÁN. El de lo llaman democracia y no lo es, el de los teatros, el de los poetas, el de las putas y el de Canalejas. El de una Plaza de la Castilla a la que, en un pasado, dicen las Parcas que perteneció. El de una Plaza de España soberbia y resistente, como el país del que es capital y que hoy llora cavando su propia tumba. Es también el del injusto congreso respaldado por leones, el de la cruel bolsa esclava del mundo y el de la esperanza de las Universidades, los músicos y los bulevares.

Quiero escribir el Barrio de las letras, quiero dormir en el Retiro y suicidarme sentimentalmente en el Puente Segovia, ese que suena a casa y a punto de no retorno. Quiero respirar la Latina, quiero vivir el Prado, quiero ser romántico en Tribunal, fuerte en Vallecas y extrovertido en Argüelles. Quiero rodear la plaza mayor y perderme en sus mil y un puertas, que son el inicio de calles retorcidas que solo saben a laberinto cuando resucita el Rastro cada Domingo, igual que ese salvador que dicen que existe y que vive en la Almudena.


Y me voy. Me voy de ese Madrid de amistades y del que solo me separa una sierra, pero en el que ya no dormiré. Ya no me protegerá por las noches con sus mil y un coches, su ruido, su espíritu, su tren de luto dirección a Atocha y su metro vivo y agusanado que recorre el subsuelo y transporta almas cansadas o felices de la vida, porque aquí no hay o todo o nada; todo es diverso, todo es bueno y todo es malo. Todo es diferente. En Madrid la moral es una utopía que solo se quiebra con el sonido de unas monedas en la taza de un acordeonista y desaparece cuando es engullido por el ajetreo de una ciudad que está viva, que guarda esperanza y que mira al futuro incierto desde el centro de esta peninsulita al sur de Europa que quiere soñar y levantarse, aunque le hayan roto las piernas.



Adiós Madrid. Me has regalado un año de vida, y eso incluye todo; lo que es bueno y lo que no lo es tanto. Gracias por ser mi confidente, mi inspiración, mi sueño. Gracias por ser el centro de todo. Gracias por regalarme aquella sonrisa perfecta allá en Chamartín. Gracias por ser tú; diferente, cruel, divertido, rico, verde, mendigo, musical, gris... Madrid.