domingo, 4 de septiembre de 2011

Conneries.

Resulta curioso que mi concepto absoluto y general para con los temas trascendentales, se vuelva la simple experimentación de una serie de detalles triviales cuando en lo que pienso en el amor.
Algo tan simple como el irresistible deseo de viajar contigo. Llegar al aeropuerto, sonreir y cargar con tus maletas. Coger un avión hacia cualquier lugar y agarrarte fuertemente de la mano porque sé que, aunque eres sorprendentemente fuerte, siempre te ha dado "algo de cosa" volar. Y caminar por las calles de alguna capital europea agarrados, besarnos bajo la ardiente luna caribeña o simplemente dormir a tu lado en una de esas habitaciones de hotel donde no hace ruido el aire acondicionado.
No me juzguen pues de vez en cuando esta mente críptica y abstracta se evade por los caminos de la realidad, aunque, por virtud o por defecto, nunca se aleja de esa visión idílica del futuro que siempre tienen bajo la manga la gente como yo, harta de un presente tan asquerosamente insulso.


Gilipolleces, eso es lo que mueve el mundo, las gilipolleces, los pequeños misterios y quizá esos Dèjá vus que nos dejan repentinamente desorientados. Lo demás es mero relleno, a veces tan frecuente que vuelve nuestra vida algo  repleto únicamente de serrín y garrafón.

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