domingo, 2 de octubre de 2011

Homo sapiens.

Seres individuales, seres colectivos, seres racionales, seres sin sentido.
Soñadores y violadores. Santos, criminales y santos criminales. Dioses y mortales, luminosos e incandescentes, orgullosos y derrochadores, ecologistas y americanos, piratas y vendedores.
Seis mil millones para uno, y seis mil millones para todos. Los hay que pintan grafitis en el muro de Berlín y los hay que entierran a sus muertos en pirámides. Algunos beben café por la mañanas y otros desayunan leche de mamá negra. Unos lloran de pena, otros de alegría, y todos de rabia. Rabia reprirmida en  mentes cristalinas, que brota cual fuente en sus pesadillas.
Inventamos la filosofía y el sol y a los mayas. Lapidamos con estaño las viejas ideas, para construir ciudades de marihuana. Somos volátiles y razonables, payasos y amargados, fachas y comunistas. Volamos con aviones, con cohetes y con opio, e incluso dicen por ahí que llegamos a la luna.
Nos gusta poner nombres a las estrellas, la violencia, las marionetas y no creernos las profecías. Amamos el fuego y quemamos leña, ternera, libros y herejes. Somos adictos a la soberbia, al sexo y a internet. Y siempre, siempre, morimos solos.
Y creamos zoológicos y campos de concentración, y escribimos testamentos y poemas de amor, y nos revolcamos en el barro y bebemos alcohol. Vomitamos sangre y estupideces, saludamos a la mañana con mil y un bostezos y, de vez en cuando, jugamos al ajedrez y a la guerra.


Nos creemos superiores y no somos nada, aunque siempre hubo hombres que se dieron cuenta de ello.
Galileo afirmó que no éramos el centro del universo, Darwin que no habíamos sido creados, y cuando solo nos quedaba el consuelo de ser racionales, Freud demostró que ni siquiera éramos dueños de nuestra propia mente.

1 comentario: