jueves, 20 de octubre de 2011

L´mégalomanie.

Siempre se erigen líderes. Líderes revolucionarios, líderes dictatoriales, líderes democráticos y líderes de pacotilla. Necesitamos guiar, necesitamos ser guiados. Somos una sociedad rocambolesca y frívola, pero absolutamente dependiente. Solo un conjunto de seres bípedos y letargados que nos necesitamos los unos a los otros aunque no queramos admitirlo, y que nos dejamos llevar por aquellos que ayudan, dicen ayudar o contaminan este acontecer de los tiempos agrio y contundente.
Líder. Orgullo. Fuerza. Poder. ¿por qué nos atraerá tanto? Hay quien prefiere vivir en paz, hay quien se enamora del amor y quien se enamora del dinero. Otros permanecen a la sombra, enfermos de empatía descascarillada, y unos pocos se contentan con ser un ameno y lejano foco de atención.
Pero siempre los hay que renegaron de todo a cambio del poder. Abstracto e intangible, tiene algo que a algunos nos mueve a hacer cosas que jamás hubiéramos aprobado y de las que nos arrepentiremos solo en el infierno o en la consulta del psiquiatra. Porque el poder es un veneno, una tinta alquitranada que recorre tus venas y que  poco a poco, te va marchitando el corazón. Y nuestra vida se vuelve peligrosa cuando la dejamos solo a merced del cerebro y las entrañas.
Nunca me interesó el dinero, el amor se me volvió una utopía y la amabilidad siempre me resulto un absurdo lastre del que era necesario separse. Tampoco me había sentido atraido por el poder, o no había sido consciente de ello. Quizá me contaminara la aparente debilidad de mi caracter, o fueran mis ansias de libertad e individualismo las que emponzoñaran mi mente con tan peligrosa necesidad de controlar.
En cualquier caso, aquella polución incontrolada que gangrena paulatinamente mis sentimientos, hace que me resulte imposible evitar manipular, estorsionar, herir y planificar. Puede que esta sea la única manera de sentirme fuerte, de sentir que contribuyo a mejorar un mundo que tan hipócritamente he criticado... la única  manera de negar en mí el mayor de los pecados, la debilidad.


No me llamen monstruo, solo soy un megalomaníaco idealista que necesita dirigir el mundo para cambiarlo desde dentro y sentir -ya en el infierno- que su vida no fue un gran absurdo, que dejó su huella en la historia, que no malgastó ni un solo suspiro y, sobretodo, que nunca, nunca, fue débil.

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