viernes, 16 de septiembre de 2011

De ciels et égouts.

Aire de opio que endulcora el ambiente y asesina nuestros sentidos. Olor a sangre y a vino, a sexo de pago y a sardinas podridas. Caballeros distinguidos, putas borrachas, marineros malolientes y reinas sin barajas. 
Ácido zumo de ciruelas y más amarga compota de manzana. Cigarros colombianos y lagrimas de ácido que derriten lentamente la piel de nuestras mejillas.
Cielos bitánicos teñidos con sangre de contrabando, con hierro de estraperlo, con plantas arómaticas. El Big Ben ahora es un Big Bang apocalíptico, una sinestesia podrida de carne sónica y alabastro que marca en perfecto compás, el ritmo de una canción ancestral que suena a hebreo y a húngaro por aquello de las trompetas viejas y los violines Stradivarius.
Una oscura nube de algodón quemado encapota el cielo y mata a las gaviotas celtas y a las golondrinas de Bécquer, afixiandolas en azufre contaminado.
Lloran los niños frente a los pájaros muertos, niños caprichosos y maleducados que quisieron que la muerte no existiera, que los pájaros no volaran y que los periódicos se imprimieran en un sepia retro y desgastado.


Las pesadillas cobran forma y la locura regresa para encontrarnos. Hace tiempo que olvidamos jugar al escondite y por ello nos conformamos con seguir a las ratas hasta su alcantarillado agujero, para alimentarnos de peste y de viento podrido, de sombras, de olvido, de placenta, de espasmos, de ruidos, de crisálidas moradas, de praderas muertas, de pellejos de gato y de miedo. Sobretodo de miedo.

1 comentario:

  1. Wao.. este texto es genial... muy de literatura gótica tipo Entrevista con el Vampiro. Un beso.

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