domingo, 13 de noviembre de 2011

Chevalier.

Dice una vieja leyenda que un caballero lleva por armadura la libertad, por escudo la razón y por arma el corazón. Pero, en ocasiones, la libertad se oxida en individualismo, el escudo de la razón te cubre el cuerpo y se te marchita de rabia el corazón.
Solo, vagando por los oscuros laberintos del subconsciente, sin derramar ni una de esas lagrimas de sangre y cera que recorren los rostros compungidos y silenciosos de los cristos en las catedrales. Porque los hombres no lloran y porque los caballeros no sangran. Aunque las flechas de Heros te atraviesen el alma e impriman en tu mente esa idea tan absurda y tan necesaria que es el amor.
Cabalgaré solo en esta inmensidad salvaje y medieval que es el mundo, sin molestarme en apartar de mi camino las zarzas del egoísmo ni los monstruos de la soledad. No pararé en castillos encantados para rescatar princesas que otros besen en mi lugar. Cabalgaré solo, como siempre lo he hecho, con la melodía metálica de un órgano que suena a magia y a muerte resonando en mis oídos hasta el día del juicio final.
En oscura resignación, se alimentará mi esencia de melancolía mientras una lluvia de ceniza sepulte las lapidas de las mujeres que murieron felices al percatarse de que los caballeros ya estaban pasados de moda.
Y cuando mi caballo sea pasto de la tierra, cuando la luz del mundo se haya tornado naranja y exquisita, cuando la muerte bese mi corazón y devore el último aliento de mi alma... recordaré las damas que nunca me amaron, llorará mi cuerpo desesperación podrida y me desintegraré en seiscientos sesenta y séis cuervos que chillarán furiosos por la injusticia del mundo.
Será entonces cuando de mi cuerpo solo quede un corazón diminuto y macilento, negro como el carbón y oxidado como la libertad, que dejará de latir sin pena ni gloria para convertirse en el alma errante de un caballero infeliz que no supo enfrentarse ni a la realidad ni a la inexistencia del destino.


Hay personas que quizá estemos hechas para estar solas.


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