domingo, 3 de abril de 2011

Interdire.

Huía incasable por las bastas llanuras del subconsciente. Cabalgaba veloz por los caminos que deja el polen de los plataneros en la hierba. Apenas dormía y se alimentaba de esperanza o del poco brandy que aun le quedaba en la bota.
Tuvo que continuar andando cuando su caballo se convirtió en estatua de sal. Atravesó los frondosos bosques del amor y se paró a descansar en el arroyo del futuro. Hizo en un olmo una cruz con su navaja para que aquella que le buscaba no le perdiese el rastro.
No logró alcanzar todas las sabidurías, que flotaban por el aire alentadas por el revoloteo de los cuervos. Tal era su prisa, y tan torpe su velocidad, que tropezó numerosas veces con las piedras del dinero y caló sus pies en los charcos de los vicios. Esos que apestan a tierra mojada.
Nunca se detenía
Mas una noche divisó a su perseguidora en lo alto de la colina. Allí estaba, hermosa y deslumbrante, rodeada de las antes doradas espinas de trigo, ahora platas por la luz de la luna y los suspiros del viento. Su corazón se heló por un instante, y reaccionó corriendo hacia la ensenada de la desesperación, hacia aquel océano del miedo, la esperanza y lo imposible. Pero ella era más rápida y le alcanzó antes de que llegara a la playa volando veloz colina abajo. Y cuando la vió de frente, sus pupilas se dilataron y sus huesos se calaron de adrenalina.


Solo entonces se dió cuenta de que toda su vida había estado huyendo y de que no era más que uno de los tantos proscritos de la muerte.

                                                                  

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