viernes, 4 de febrero de 2011

Masques.

Baile de máscaras. Fiesta. Y la muerte se enamoró.
Ella era una de esas flores que surgen cada quinientos años de las entrañas de la tierra. Su vestido lucía un verde esmeralda que concertaba con el iris de aquellos ojos que refulgían tras la máscara morada. Sus manos sujetaban con delicadeza una copa de vino toscano que no probaría en toda la noche.
La mano de Plutón agarró la de aquella doncella de cristal preguntandolé su nombre. Ella en un armónico suspiro dijo: Perséfone, y la muerte se enamoró. No pararon en toda la noche su frenético baile, en el que el verde de ella se confundía con el negro de él. Nadie conocía a aquel hombre de pelo largo y antifaz, que se movía con la ternura de las hojas cayendo en otoño, pero nadie supo tampoco cuando dejó de bailar ni cuando deslizó un nota de caligrafía perfecta sobre las manos de Perséfone.
Se citaron bajo un olivo en el jardín donde sus labios se hicieron uno. Ella era aún más hermosa bajo la máscara, él parecía haber vivido cientos de años sin cambiar. Sin dudarlo, ella mordió la granada que el hubo de ofrecerle en un platito de plata. Notó como su corazón se paraba y hades la llevó a los infiernos para que fuera su esposa.
Y vió su juventud pudriendosé junto a los muertos. Y derramó amargas lagrimas por no haber podido despedirse de la luna ni de las flores. Y su vida con él se convirtió en un eternidad sola. Fue entonces cuando la muerte la dejo marchar con la condición de que volviera todos los años despues de la fiesta de la cosecha.
Así volvieron los campos a florecer tras el largo invierno, y así volvieron a escarcharse tras su partida a los infiernos.


Y ahora la muerte espera que vuelva su amada, su esposa, la diosa de la primavera... y de los muertos

                                                             

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