miércoles, 2 de febrero de 2011

Portrait.

El palacio se volvió guarida. Las flores se convirtieron en espinas y el rocío en sangre. El reino quedó reducido a cenizas. El mar es alquitrán y el puerto se hundió en una trémula despedida. Las personas ahora son borrosos recuerdos y en la isla no volvió a salir el sol.
Encerrado en una de las almenas, el principe se volvió sombra. Un leve suspiro de vida entre los inertes y fríos muros del palacio. Cualquiera hubiera jurado ver un fantasma si no fuera por aquel brillo de esperanza en los ojos que le mantenía con vida. Una esperanza alimentada cada noche a base rayos de luna, una silenciosa fotosíntesis durante la cual esperaba observar ese barco de proa dorada y velas de plata donde un día marchó su princesa para no volver.


Brujas, hechiceras, ninfas y hadas de cuento no pudieron encontrar jamás su corazón. El principe lo guardaba con recelo en una cajita de estaño, rojo y palpitante, para cuando ella volviera. Fue entonces cuando su pueblo le abandonó, la isla quedó desolada y la tierra cobró el mismo aspecto putrefacto que su alma. Juró a la luna que la esperaría, arrodillado bajo aquel retrato de ojos verdes, mirada fría y rostro insensible, esperando que cobrara vida para volver a escuchar esa voz que, por desgracia o por virtud, hace tiempo le hechizó.

                                                                    

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