martes, 29 de marzo de 2011

Juana.

Fue antes de morir su amor, y no despues, cuando estuvo loca. Era celosa, posesiva, y estaba enamorada, por  eso estaba loca.
Cuando él murió ella se negó a admitirlo y por ello sumió a Castilla en el más largo de los funerales, en la más cruel de las despedidas. Cuando él murió se volvió cuerda, y fue cuando los demás la tomaron por loca.
Con el vestido negro y el alma de luto fue encerrada en una torre de piedra, argamasa y la soledad. Primero por su padre, luego por su hijo. Todos decían que estaba loca.
Allí se convirtió en el más cuerdo de los fantasmas, en una reina sin reino, en una marioneta del destino. En una prisionera de su propia sangre, de la ambición, del amor y de la muerte. Y todas las noches soñaba con su trono usurpado, con el calor de Felipe en la cama, con la brisa marina de Flandes.
Y treinta años despues, la muerte apareció tras su anciano reflejo y ella la saludó con una sonrisa. Fue entonces cuando Juana  dejó su cordura en el tercer cajón de la mesilla y volvió a su locura adolescente. Fue entonces cuando Juana fue libre y volvió a ser la loca.


                                                                     

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