sábado, 5 de marzo de 2011

Solitude.

Ignoro cuando la conocí, supongo que cuando comencé a ser cosciente de su presencia. Está aquí, a mi lado, con la tez casi tan carmín como sus labios al observar como le dedico estas lineas.
Su nombre es Soledad, sus amigos la llaman Sole, o eso harían si los tuviese. Siempre viste de negro y se tiñó el pelo de blanco en una peluquería de Móstoles. Su figura es esbelta, aunque no demasiado, y la gusta enseñar sus delgadas y pálidas piernas, que ella quisiera fueran color ocre, a través de aquel vestido gótico que compró en internet y que viene de Kyoto (Japón). No la gusta pasar desapercibida, y por ello gasta al día diecinueve kilos de maquillaje aunque no lo necesite, pues solo su nariz hebrea ya la hace atractiva. Y camina por la calle escuchando Heavy Metal o Lady Gaga, guiñando un ojo a todos los viejos verdes que se quedan contemplando sus pechos, redondos y turgentes, bajo el vestido negro.
Dice que se enamoró de mí un día que estaba leyendo El retrato de Dorian Gray en el columpio de un pueblo de la provincia de Segovia, y que, desde entonces, decidió no separarse de mí. Y así ha ocurrido, aunque yo intentara sustituirla por otras a las que obligó a dejarme, o a las que me obligó a dejar. Soledad es celosa y solo le gusto cuando estoy débil y arrinconado, para así poder mecerme en sus escalofriantes brazos. Por ello mata todas las libelulas que  lanzo desde mi ventana, por ello entregó mi corazón a la princesa más inaccesible del reino, para que jamás pudiera tocarla.
Soledad se acuesta conmigo todas las noches, y se levanta desayunando café y Special K, siempre con su sonrisa burlona de funcionario de prisiones. Me sigue a todas partes, utiliza mi cepillo de dientes y me obliga a acompañarla a sus clase de ballet, de clavicordio o de arte dramático, todas las noches cuando cierro mis párpados en busca de un descanso que nunca hayo.



He intentado drogarla con morfina hospitalaria, he intentado ahuyentarla con mil y un improperios que me enseñaron a no decir delante de las mujeres, he intentado matarla, clavar en ella mi puñal cocido a fuego lento o dispararla con mis balas de plata y egocentrismo. Pero ella se limita a sonreir, a decirme que no sea bobo y a convencerme de que nunca seré feliz y de que esta insulsa realidad es lo único a lo que puedo aspirar.

Puta.

                                                          

2 comentarios:

  1. Acabo de descubrir tu blog y tengo que decir que me encanta como escribes, yo nunca he sabido escribir bien relatos, supongo que mi estilo es mas bien la no (que aunque no lo parezca, creo que es más fácil)
    Me hago seguidora, de acuerdo?
    Mucho ánimo con el blog:)

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  2. Grache! (: pero no entiendo a que te refieres con La no... jaja
    Gracias por seguirme!

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